Te cuento cómo llegué hasta aquí

Desde el 2015 comencé este camino donde, poco a poco, me he alineado con mi propósito de ayudar a mujeres como tú, como yo, a eliminar sus barreras, derretir sus creencias limitantes y todo aquello que les impide conectar su verdad, con su esencia y con su forma de presentarse al mundo de manera auténtica y genuina.

En este camino me he encontrado con tantas mujeres que, al igual que yo, hemos crecido con unas creencias respecto al cuerpo, lo que vestimos, la belleza, que nos encasillan en algo que no somos o que nos dicen que así debemos ser para triunfar en el juego de la vida, tratando de cumplir las expectativas de los demás, de las circunstancias externas, por encima de las nuestras.

Siento que hemos perdido tanto la conexión con nosotras mismas, que actuamos día a día en piloto automático según lo que vemos en revistas, redes sociales, tv. Seguimos como zombies modas, tendencias sin llegar a pensar si en realidad quiero ser parte de ese colectivo inconsciente o si quiero hacer la diferencia hablándole al mundo por medio de mi imagen.

He visto como nos invade el miedo a expresarnos, a ser diferentes. He visto cómo nos escondemos y no nos permitimos ser diferentes.

¡A mí me pasó!. Caí en ese juego. Pensé que siguiendo lo que se decía, encajar en una estructura social que me imponía lo que debería hacer sin poder cuestionarlo, empecé a cumplir con el «deber ser» y no con el «quiero ser».

 

¿Cómo llegué hasta aquí?

No siempre he soñado ser asesora de imagen. Pero sí recuerdo que, cuando era adolescente, en el colegio dibujada siluetas femeninas y sobre ellas diseñaba vestidos de baño, trajes de novias. Desde ahí, mi inclinación era la moda. Pero recuerdo haber escuchado que «eso no daba plata». Es decir, que esa carrera no me serviría para generar dinero y entrar en el juego obsoleto de la economía lineal.

Me gradué de la universidad como ingeniera sanitaria y ambiental -carrera no escogida por mí- con la cual me fui enamorando cada vez que la estudiaba, pero que nunca me hizo feliz. Hice una especialización es preservación y conservación de recursos naturales y me dediqué a trabajar por la protección de los páramos. Los estudié tanto que, para mí, eran el propio paraíso en la tierra.

Ahí, en mis momentos de conexión con esos lugares majestuosos, empecé a sentir conexión conmigo misma.

Considero que fui excelente ingeniera y hacía todo lo posible porque las empresas donde trabajé fueran las mejores en cuanto a desempeño ambiental. Amaba trabajar en oficinas jugando a ser ejecutiva y, recuerdo claramente, que me divertía mucho creando looks sofisticados. Hasta que un día entré en crisis. Y no cualquier crisis: tuve una semi-parálisis facial y de todo mi brazo izquierdo.

«¡Pensé que sabía manejar el estrés!» , me dije. «Y el trabajo bajo presión». En mi cabeza había un código de creencias que pensaba que sufrir, comer a deshoras, durar 2 horas de pie en un bus, caminar con tacones incómodos, dormir mal, entre otras, era sinónimo de dinero y, por ende, estabilidad y felicidad.

No sabía lo equivocada que estaba. 

Todos los días me acostaba cansada, me costaba trabajo levantarme y salir a la oficina, me dolían las rodilla, la nuca, la cintura. 

Pensé que el mundo en el que me movía me iba a hacer alcanzar lo que soñaba. Pero mi cuerpo habló de forma contundente y, gracia a él, entendí que estaba en el lugar equivocado. 

Comencé a buscar respuestas y encontré que no quería nada de eso que estaba viviendo. 

Descubrí que quería hacer cosas que no estaban alineadas con mi verdadero yo, porque que me encantaba trabajar en «oficinas para vestir elegante, con tacones, vestidos ceñidos, medias veladas, grandes abrigos y accesorios de marca.

En medio de mi crisis (recuerdo muy bien que tenía 30 años), un día abrí mi armario y no me identifiqué para nada con todo lo que había allí colgado. Veía el estilo de una mujer completamente diferente, formada por la sociedad para encajar en ella. Pero nada representaba esa libertad que tanto quería. 

Era un armario exquisito, pero que me representaba esclavitud y problemas físicos.

Tomar la decisión de moverme de ahí no fue fácil. Volver a estudiar a mis 30 años tampoco fue fácil, necesitaba trabajar más y pagarme mis nuevos estudios. Pero gracias a que conté lo que quería y al apoyo que recibí, tomé la decisión y hoy en día me levanto feliz.

Madrugo para meditar y trotar o hacer yoga y no para salir corriendo a tomar un bus. Trabajo bajo mis propios horarios respetando si quiero descansar o si quiero ir al parque con mi hijo. Y siento que este respeto hacia mí ha disparado mi creatividad, mi buena salud y me ha desarrollado la habilidad de elegir mi vestuario de forma más consciente y coherente con lo que soy y quiero ser.

¡Esto sí es vida! Entendí que necesito poco para ser lo que quiero ser.

Renuncié a lujos que solo me daban pequeños momentos de felicidad, pero que traían estrés y enfermedades a mediano plazo.

No volví a sufrir de síndrome de colon irritable, desapareció mi problema con la falta de concentración y hasta la piel me cambió.

Pero, ¿porqué nos da tanto miedo salirnos de lo que nos dijeron que debíamos hacer? Si hay algo con lo que no estoy de acuerdo desde hace 5 años, es que la fórmula de sufrir para alcanzar nuestros sueños es obsoleta y cero coherente. Por esta creencia es que vemos a nuestros familiares y amigos sufrir tantas enfermedades derivadas del estrés.

Espero que tu, en algún momento de tu vida, te detengas y pienses ¿eres realmente feliz con lo que haces hoy? ¿Es tu imagen coherente con quien quieres ser? ¿Cuál es tu primer paso para ir tras tus sueños?

Con cariño,

Diana.

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